Visión en túnel

EfectoTunelEspero que esta mañana tengamos muchos avisos. Le entiendo perfectamente, cuando completé el período de aprendizaje y comencé a conducir ambulancias yo también deseaba ponerme al volante una y otra vez para experimentar esas sensaciones tan características y practicar lo aprendido. No acaba de transcurrir la primera hora de guardia cuando surge una aviso que satisface a la perfección sus expectativas: tanto el trayecto desde la base hasta el lugar como desde allí hasta el hospital son aparentemente sencillos. Inmediatamente, el flamante conductor, otro compañero y yo salimos hacia el lugar con las luces de prioridad activadas.

El rugido del motor se torna más y más agudo, puesto que los cambios de marcha se producen a muchas revoluciones, cuando la electrónica interrumpe la inyección de gasóleo. Asumo mi papel de conductor-tutor: durante los primeros minutos el motor todavía está frío, por lo que conviene circular en marchas más largas para no forzarlo. Su respuesta, un lacónico “ya, ya” no llega a confirmarme que lo haya procesado. La pendiente de la autovía parece empujar con fuerza el vehículo, y la aguja del velocímetro comienza a entrar en una región peligrosa. No es necesario ir tan rápido -explico- el aviso no parece grave, y aunque lo fuera necesitamos garantizar que llegaremos. “Ya, ya”. La sensación de velocidad se acentúa al rebasar a un camión que circula por el carril derecho de la autovía. ¡Blam! De súbito, una enorme mano invisible parece sacudir lateralmente el furgón.

¿Qué pasa? Mi pregunta sólo recibe como respuesta el rostro aterrorizado del compañero que conduce y el chirrido continuo de los neumáticos. Ahora la posición del vehículo es oblicua respecto a su trayectoria, de forma que mira hacia el arcén. ¡No puedo controlarlo! exclama al tiempo que, a modo de demostración, gira el volante a uno y otro lado sin modificar la dirección del movimiento. En pocos segundos el vehículo volcará o se saldrá de la vía a gran velocidad. Trato de recordar algún escenario similar en circuitos de entrenamiento; espero que la técnica surta efecto, es nuestra única opción de salir enteros de esta.

Suelta los pedales y el volante, ordeno con firmeza. Pero… parece objetar ¡Quita las manos y los pies! Alargo los brazos para, mediante el volante, hacer que la dirección de las ruedas delanteras se corresponda con la de avance, para inmediatamente indicar: ahora, suave y progresivamente, acelerador. La fuerza aparentemente divina ahora afianza los neumáticos delanteros sobre el asfalto, y un instante después el cese del agrio sonido nos confirma que lo peor ha pasado. Frena muy suavemente y detente en el arcén. Una vez allí, descendemos del vehículo y contemplamos las dos parejas de oscuros rastros que serpentean descendiendo la pendiente.

La goma de las cubiertas no parece haber sufrido daño alguno, previo ni posterior al incidente. ¿Seguimos? Propongo mirando al tercer compañero; él permanece en silencio, su tez ha perdido todo color y no se ve capaz de murmurar una respuesta mientras su mirada se pierde. Al no estar a los mandos, es el único de la dotación que ha podido apreciar lo cerca que hemos estado de donde no se puede volver. Confiando en que su amplia experiencia le haga superarlo en poco tiempo y anotando mentalmente la necesidad del debriefing a la vuelta del aviso, reanudamos la marcha manteniendo al conductor, pues temo que si le aparto ahora de esa tarea adquiera un temor difícil de superar.

¿Sabes lo que ha ocurrido? Él sacude negativamente la cabeza. Al adelantar tan rápidamente al camión, que tiene un perfil mucho mayor que el nuestro, la racha de viento lateral se ha interrumpido y reanudado muy bruscamente, desplazando al furgón y provocando que los neumáticos perdieran la adherencia. Debe ser parte de tu aprendizaje -continúo- para que jamás vuelva a suceder.

Tras un aviso tranquilo, ya con el paciente en la ambulancia y a pocos metros del hospital, me incorporo para colocarle el manguito de tensión cuando un golpe sordo nos sobresalta desde el lateral. No puede ser… A través del cristal tintado distingo un coche a una distancia demasiado corta: en el último desvío, nuestra brusca incorporación ha provocado que un turismo impacte contra la puerta, causando únicamente daños leves. Ahora los dos conductores discuten acaloradamente desde sus vehículos detenidos sobre la responsabilidad del golpe. Ha llegado el momento de ponernos serios: con la cabeza por fuera de la ventanilla lateral, indico al conductor contrario que nos siga hacia el hospital, para ordenar inmediatamente a mi compañero que continúe con nuestro camino.

Nada más llegar a la entrada de urgencias, le explico sin dar opción a réplica el plan: escucha, nosotros vamos a transferir el paciente a urgencias; tú, mientras tanto, pide disculpas al contrario y rellena los formularios necesarios. Pero… Estaremos de vuelta enseguida, concluyo. Para mi tranquilidad, unos minutos después compruebo que ambos están terminando de cumplimentar sosegadamente la documentación. Ya con las riendas, aprovecho la vuelta a la base para la breve pero necesaria charla: nunca hay que dejarse llevar, ya que centrar toda la atención en un único elemento añade mucho peligro a cualquier intervención. Es imprescindible no perder jamás de vista factores tan fundamentales como la velocidad, las indicaciones de los compañeros o las maniobras del resto de conductores. Él simplemente asiente.

Con el tiempo acumuló kilómetros a sus espaldas realizando innumerables servicios. Pero admito que me costó varios meses volver a subir a una ambulancia pilotada por él.


Scroll al inicio