Muchas veces a lo largo de nuestra vida profesional, los médicos nos vemos sobrecogidos y, a veces, angustiados por la enorme cantidad de recursos terapéuticos que la industria farmacéutica y afines pone a nuestra disposición.
Dicho así, cualquiera podría acusarnos de incongruentes pues parece, en principio, bueno tener mucho donde escoger. Sin embargo, la cuestión es otra. Los médicos tenemos que seleccionar el más adecuado entre los mejores remedios terapéuticos para cada uno de nuestros pacientes. No se trata, pues, de una mera elección un tanto azarosa sino que tiene un fuerte componente cualitativo y no sólo por el producto en sí, sino por la singularidad del enfermo.
Algunos sólo eligen de entre los métodos y productos de la llamada medicina tradicional occidental o medicina alopática, otros sólo de las llamadas medicinas alternativas y otros hacemos una combinación de la alopatía propiamente dicha con algunos métodos considerados menos convencionales, pero no por ello menos efectivos y de los cuales tenemos un amplio dominio y conocimiento.
Existen también los llamados PFP o productos farmacéuticos publicitarios, de los que habitualmente el médico no controla su prescripción. En ellos, la selección del producto, en función de las características del paciente, es escasa o nula. Cada vez son más abundantes estas sustancias puestas en el mercado a disposición del consumidor. Son compuestos dietéticos, cosmetológicos, “reconstituyentes” y algunos analgésicos menores. En ningún caso están exentos de posibles efectos secundarios sobre un organismo específico.
Algunos de mis pacientes, normalmente mujeres, han venido usando cremas carísimas que han producido daños en su piel, guiadas únicamente por la maravillosa publicidad de las mismas. No se niega aquí la bondad del compuesto, sino su eficacia cosmopolita. Otras veces, por la inadecuada utilización “casera” de algunos preparados dietéticos, se obtienen resultados contradictorios a los teóricamente esperados.
Los medicamentos contienen los llamados principios activos, solos (monofármacos) o en asociaciones. Luego de una muy exhaustiva investigación y pasados numerosos filtros se pueden poner en el mercado.
Hay sustancias anticancerosas que nos salvan o alargan la vida, pero esto es a costa de uno pequeño sufrimiento provocado por los denominados efectos secundarios o no deseables. La disminución de células sanguíneas, con posible aparición de anemias, hemorragias o infecciones intercurrentes, la caída del pelo o los vómitos son situaciones, muchas veces, de apariencia más dramática que la propia enfermedad primaria. Pues bien, disponemos de sustancias que colaboran en la supresión o atenuación de estos efectos no deseados, que ejercen una función de excitación de las células sanguíneas jóvenes para compensar la pérdida inducida por los anticancerosos; otras que tratan y previenen el estado nauseoso y los vómitos.
Ni qué decir tiene los importantes avances producidos en el tratamiento de la hipertensión arterial, relevante por su alta frecuencia en la población adulta y senil. Hay comercializadas sustancias que pueden ser eliminadas por hígado o por riñón, de forma que en caso de un mal funcionamiento de alguno de estos órganos, corriente sobre todo en pacientes seniles, se eliminan por el otro sin daños.
En la terapéutica de la úlcera péptica existen fármacos selectivos que actúan en la fase final de la secreción ácida del estómago. En el tratamiento antiinfeccioso, antibióticos de más fácil y cómodo manejo permiten una dosis única diaria durante tres, cuatro o cinco días.
Al ser cada vez mejor conocidas las bases bioquímicas y neuroquímicas, es decir, las sustancias o proceso de sustancias implicadas en la génesis de muchos trastornos, como, por ejemplo, las enfermedades psiquiátricas, aparecen drogas específicas que se unen a sus receptores impidiendo el desencadenamiento del proceso y con ello el síntoma.
Otra importante innovación ha sido la aparición de medios de contraste para exploraciones radiológicas y nucleares, tan temidos muchas veces por el paciente, por su potencial anafiláctico. La introducción del contraste en enfermos con riesgo alérgico provoca reacciones, a veces muy graves, que, en ocasiones, impide la realización de una necesitada prueba diagnóstica de esta índole.
Así pues, la investigación llevada a cabo por la industria farmacéutica no cesa y, cada vez, con mayores esperanzas en el control de las enfermedades que aqueja la humanidad.
Continuas innovaciones pero también estudios controlados a largo plazo y en grandes muestras de población, de principios activos que se vienen utilizando hace ya tiempo. Tal es el caso de los diuréticos en el tratamiento de la hipertensión arterial que han demostrado su eficacia en el control de la morbimortalidad cardiovascular de estos pacientes.
En los últimos tiempos se han introducido en el arsenal terapéutico determinadas sustancias naturales como, por ejemplo, los oligoelementos (sustancias presentes en el organismo en muy pequeña proporción). Son metales, no metales y tierras raras que intervienen en las reacciones bioquímicas orgánicas y cuyo déficit puede estar implicado en la génesis o cronificación de algunos procesos patológicos e incluso en la nula o deficitaria respuesta a una determinada terapia.
Pero, en estos tipos de terapias no alopáticas no se investiga lo suficiente, quizás porque económicamente no interesa. Existen pocos estudios científicos fiables y hay poco incentivo económico para realizarlos debido a que muchas de sus técnicas no pueden ser patentadas (no olvidemos que habitualmente es la industria farmacéutica quien finanza estos estudios).
“La mayoría de los estadounidenses que consultan a terapeutas alternativos recibirían con entusiasmo la posibilidad de consultar a un médico bien entrenado en la medicina tradicional que tenga también una mentalidad abierta y buen conocimiento de los mecanismos de curación innatos del cuerpo, de la influencia de los hábitos de vida sobre la salud y de los usos apropiados de los complementos dietéticos, hierbas y otras formas de tratamiento, desde la manipulación osteopática hasta la medicina china y ayurvédica. En otras palabras, quieren ayuda competente para moverse por el confuso laberinto de opciones terapéuticas disponibles en la actualidad, especialmente en aquellos casos en los que los enfoques convencionales son relativamente ineficaces o perjudiciales”.
Weil Snyderman, 2002
En la mayoría de los países occidentales existe un vacío legislativo en este tema aunque cada vez son más las instituciones educativas que han empezado a ofrecer cursos de medicina alternativa. Por ejemplo, la Facultad de Medicina de la Universidad de Arizona ofrece un programa de medicina integrativa, bajo la dirección del Dr. Andrew Weil, dirigida a médicos e imparte conocimientos en varias ramas de la medicina alternativa. No rechaza la ciencia médica, ni adopta prácticas alternativas sin sentido crítico.
En España ninguna universidad imparte formación reglada en medicinas alternativas.
Cualquier práctica de medicina alternativa puede dejar de serlo si su eficacia quedara contrastada experimentalmente de manera científica, por lo que la distinción depende de los estudios disponibles hasta el momento. No existen, pues, dos tipos de medicina; solo se puede considerar como medicina a la que prueba sus fundamentos y eficacia.