Suena a poco este título, ¿verdad? Sin embargo, somos más agua que polvo, por mucho que la frase bíblica desmienta este aserto. El equivalente a un par de vasos de agua puede salvar la vida de un niño deshidratado o de un anciano.
La posibilidad de utilización de agua abundante es, sin duda, uno de los factores de mayor importancia a tener en cuenta a la hora de elegir lugar de vacaciones, o lo que es igual, cambiar nuestros hábitos de vida accidental y temporalmente. No es lo mismo planificar unas vacaciones en un camping, en un crucero o en un recorrido por tierras desérticas, pongo por caso.
El agua, siendo intrínsecamente vida, puede comprometer a la humanidad en batallas mortales por la supervivencia. Podríamos, por ejemplo, citar el conflicto político que se originó por el transvase Tajo-Segura. ¿Agua para beber o agua para regar?
Las enfermedades infecciosas constituyen el grupo más frecuente de toda la patología médica, aunque la mayoría tienen un curso leve, subclínico o casi imperceptible. Su prevalencia y evolución es, en muchos casos dependiente de factores geográficos, socioeconómicos y culturales, entre otros. En países subdesarrollados las epidemias o brotes de cólera se cobran cientos de víctimas diariamente. La falta de agua potable y el consumo de las no potables es su principal desencadenante.
Para padecer una enfermedad infecciosa es necesaria la existencia, en primer lugar, de un reservorio. El reservorio o fuente de infección es el lugar en el que se encuentran los gérmenes en la naturaleza. Constituyen reservorios naturales: la tierra, las aguas de los ríos, lagos y estanques y los organismos animales. En éstos pueden comportarse como comensales inocuos o incluso establecer una relación de simbiosis, colaborando con el organismo en la síntesis de determinadas sustancias, por ejemplo, vitaminas. Otros son virulentos y provocan patología en el animal en el que habitan. En este caso, si el animal sobrevive a la acción de los agentes nocivos y cura, puede quedar libre o convertirse en portador de los mismos, pudiendo contaminar, en determinadas circunstancias, a otros seres vivos. Las vías de entrada más frecuentes son la piel, el tubo digestivo, las vías respiratorias y la conjuntiva ocular.
Existe una larga lista de enfermedades cuya denominación es “de transmisión fecal-oral” porque el agente patógeno es eliminado por el animal portador en heces y, desde ellas, contamina los alimentos de habitual consumo en crudo, los juguetes o las manos de los niños y mayores.
Las distintas Administraciones, especialmente las municipales, levantan un número considerable de actas sancionadoras por faltas o defectos hallados en el transporte y manipulación de los alimentos. La relación fundamental es la mala, poco o incorrecta utilización de las aguas y la higiene.
Algunas de las recomendaciones, no por archiconocidas menos olvidadas, en las vacaciones y en los viajes, son las que se citan a continuación:
– Examinar las posibilidades de impurezas o partículas insalubles en las aguas de bebida.
– Lavar los alimentos, sobre todo los de consumo en crudo. Unas gotas de lejía o de algún producto adecuado para este fin, es una práctica muy útil.
– Lavar las manos de niños y adultos antes de las comidas.
– Lavar y desinfectar las manos si ha habido contacto, o sospecha del mismo, con un individuo infectado.
– Evitar las picaduras de insectos con repelentes cutáneos o ambientales.
– Cumplir las medidas profilácticas y vacunaciones aconsejadas por la OMS, en caso de viaje a países con enfermedades endémicas.
Total, que en pleno siglo XXI, las históricas abluciones antes y después de las comidas serían
hábitos más que recomendables.